Un tipo delgado atravesaba la calle oscura alumbrada por pequeños faroles que irradiaban luces amarillentas y cubiertas de neblina; él caminaba con pequeños saltitos. Iba fumando un cigarro de una forma un tanto soberbia, pero era curioso aquel acto, porque él no emanaba nada de eso. Al contrario, era un joven de sonrisa tímida, de ojos amables y cariñosos, que armonizaban su rostro haciéndolo apacible. Era una ardilla hiperquinética que subía a los árboles en busca de bellotas específicas; era tan exigente para sus cosas.
Me encontró desprevenida al borde de una estación de trenes, yo miraba al vacío como si lo hubiera estado esperando hace años, lo cual no se alejaba tanto de la realidad. Me susurró algo al oído, frases inconexas y demasiado volátiles, cosa que en primera instancia me descolocó; no porque no las entendiera sino que ya me había acostumbrado a olvidarlas. Así empezó todo, con un intercambio pueril de palabras que fueron muriendo para renacer en alentadoras frases sacadas de alguna maravillosa historia. Me fue envolviendo en su mundo, en una fantasía añorada donde la realidad palpable era casi un obstáculo para respirar en este país de nunca jamás. Yo creo que eso fue lo que me atrajo. Su manera de llevarme donde yo quería ir, su forma de tomar el cigarro y aspirarlo sin asco, pero por sobretodo, el camino que había tomado al deambular por esa calle oscura. Sentí un impulso incontrolable por correr tras él, por caminar junto a él y alumbrar el camino con mis faroles blancos, pero yo no podía hacer eso. Él caminaba mostrándome distintos fragmentos de su sentir, los que eran imposibles de armar en una sola pieza. Era un hombre irrearmable simplemente porque carecía de molde, había sido armado en otro lugar muy distinto a éste. ¡Que atractivo se ponía entonces! El sólo pensar que estaba junto a ti, pero que su mente bailaba en lugares lejanos, me hacía admirarlo y quererlo cada día más.
Era un fantasma solitario que irradiaba colores y empapaba los tonos grices con luces de su propia creación. Era casi un poeta escuálido y cansado de tener que hablar demasiado. Un vagabundo hundido en sus propias fantasías que transmitían el sentido de la belleza con palabras jeroglíficas que pocos entendían. Ese fue otro de msi grandes placeres, comprender fragmentos de él, haber sido parte de narraciones privadas y haber desentrañado rasgos ocultos que resultaron un deleite en el dialogo.
Estuvimos atrapados mucho tiempo en aquella estación repleta de gente, donde cada día me ahogaba más y sospecho que él también. Rodeados de tanto discurso innecesario, ruidos ensordecedores y colores hipócritas. Yo quería salir de allí, llevármelo a otro lugar con luces amarillas y neblina, donde pudiéramos mostrarnos abiertamente el mundo paralelo de donde veníamos. Él siempre fue más sincero, yo me callaba muchas cosas; no porque temiera decírselas, sino que el lugar me era adverso. No soporto las grandes masas, me trastornan.
Al final el tren llegó, y tuvimos que partir; nos ahorramos las despedidas, quizás por cobardes. En todo caso, me arrepiento de no haberle dicho lo importante que era para mí, de no haberle dado las gracias por sacarme de ese mundo y claramente de no haberle dicho lo mucho que lo quería y todo lo que lo necesitaba. Sé que lo volveré a ver. Él siempre aparece.
Me encontró desprevenida al borde de una estación de trenes, yo miraba al vacío como si lo hubiera estado esperando hace años, lo cual no se alejaba tanto de la realidad. Me susurró algo al oído, frases inconexas y demasiado volátiles, cosa que en primera instancia me descolocó; no porque no las entendiera sino que ya me había acostumbrado a olvidarlas. Así empezó todo, con un intercambio pueril de palabras que fueron muriendo para renacer en alentadoras frases sacadas de alguna maravillosa historia. Me fue envolviendo en su mundo, en una fantasía añorada donde la realidad palpable era casi un obstáculo para respirar en este país de nunca jamás. Yo creo que eso fue lo que me atrajo. Su manera de llevarme donde yo quería ir, su forma de tomar el cigarro y aspirarlo sin asco, pero por sobretodo, el camino que había tomado al deambular por esa calle oscura. Sentí un impulso incontrolable por correr tras él, por caminar junto a él y alumbrar el camino con mis faroles blancos, pero yo no podía hacer eso. Él caminaba mostrándome distintos fragmentos de su sentir, los que eran imposibles de armar en una sola pieza. Era un hombre irrearmable simplemente porque carecía de molde, había sido armado en otro lugar muy distinto a éste. ¡Que atractivo se ponía entonces! El sólo pensar que estaba junto a ti, pero que su mente bailaba en lugares lejanos, me hacía admirarlo y quererlo cada día más.
Era un fantasma solitario que irradiaba colores y empapaba los tonos grices con luces de su propia creación. Era casi un poeta escuálido y cansado de tener que hablar demasiado. Un vagabundo hundido en sus propias fantasías que transmitían el sentido de la belleza con palabras jeroglíficas que pocos entendían. Ese fue otro de msi grandes placeres, comprender fragmentos de él, haber sido parte de narraciones privadas y haber desentrañado rasgos ocultos que resultaron un deleite en el dialogo.
Estuvimos atrapados mucho tiempo en aquella estación repleta de gente, donde cada día me ahogaba más y sospecho que él también. Rodeados de tanto discurso innecesario, ruidos ensordecedores y colores hipócritas. Yo quería salir de allí, llevármelo a otro lugar con luces amarillas y neblina, donde pudiéramos mostrarnos abiertamente el mundo paralelo de donde veníamos. Él siempre fue más sincero, yo me callaba muchas cosas; no porque temiera decírselas, sino que el lugar me era adverso. No soporto las grandes masas, me trastornan.
Al final el tren llegó, y tuvimos que partir; nos ahorramos las despedidas, quizás por cobardes. En todo caso, me arrepiento de no haberle dicho lo importante que era para mí, de no haberle dado las gracias por sacarme de ese mundo y claramente de no haberle dicho lo mucho que lo quería y todo lo que lo necesitaba. Sé que lo volveré a ver. Él siempre aparece.
5 boinas han plasmado su saliva:
Has puesto mi mente a trabajar. También he tomado una decisión importante, ahora necesito verte imperiosamente… solo necesito saber donde, poder decidir cuando, pero el tiempo se me agota, y tendré que hacerlo antes de que sea tarde. A veces hay cosas que hay que enterrar solo de maneras adversas a las mismas acciones, paradojales. Te cruzaré en una esquina, sin testigos, sin oyentes, sin gente, sin mundo, sin calle, sin autos, sin líneas, con muchísima luz, te cruzaré saltando como me recuerdas, sin miradas temerosas, pero sí con expectantes…Te cruzaré, quizás, un con beso, o quizás, como siempre, terminaré solo abrazándote; en fin, sabes que podré reprimir el impulso final, por que eso es una condición mía que, lamentablemente para mi, tal ves para ambos, solo se da contigo.
¿Será que estoy pensando más de la cuenta?...y quizás tú no puedas armar mi puzzle, pero yo sí he armado el que conformas para mi…solo que me das tantas piezas nuevas que es curioso que siga siendo hermoso, a pesar de estar desprovisto de un margen que delimite las sombras del callejón.
[Licencia poética para nombrar]
Quedaré como anónimo, por que así me bautizaste.
También quedaré como anónimo,
en honor -y memoria aborrecible- a lo cobarde
de nuestra despedida silenciosa
y abrumadoramente sutil.
Quedaré como anónimo por que tendré un nombre el día que quieras dármelo,
y mientras tanto,
usaré el de mi libro
lleno de desvelos y fantasmas anacrónicos con formas de farol,
con formas de borde de nido,
de cuchillo asesino,
de muerte súbita,
de pasión controlada y secreto publico
cometa de hielo estrella apagada,
gimiente feliz, sorpresa descubierta
y sobretodo de besos de tijeras heladas.
¡Qué sutileza! es terrible, ¿qué estás buscando? mi serenidad está condisionada también por lo amable que estás resultando a mis ojos; consideralo.
Mucho amor en este blog.
Muy bien.
La primera vez que fui a Montevideo supe que antes había estado ahí. Nunca me había pasado algo así con un lugar. Fue mutuo, amé esa ciudad y esa ciudad me amó, cada vez que voy (ya han sido 8) me recibe con los brazos abiertos.
Eres una paqueña bruja señorita cote cumplido, te pasaste.
Cariños.
Lps.
Si nostri oblita taceret,
sana esset; nunc quod gannit et obloquitur,
non solum meminit, sed, quae multo acrior est res,
irata est; hoc est, uritur et coquitur.
Si, olvidada de mí, se callara, su corazón quedaría intacto; ahora que gruñe y me insulta, no sólo se acuerda de mí, sino, lo que es mucho más grave, está airada, es decir, se abrasa y arde.
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