domingo, octubre 29, 2006

París


París tiene un aura especial, una vida propia única y envidiable; la ciudad que tiene su historia en las venas, que te expresa al oído todo lo que ha pasado por sus tierras. Cada edificio monumentalmente asentado, con una mezcla de elegancia y soberbia; se van mostrando desnudos ante el ojo del espectador, que no puede aguantarse el deseo de congelar ese único momento, y guardarlo por siempre. El Sena va fluyendo tranquilamente, mientras te sientas a sus orillas a prender un cigarillo, y nuevamente, sientes que todo esto es irreal. Las callecitas cubiertas de cafés atractivos y de tiendas con baratijas, las cuales son necesarias de comprar. Y pasas horas en ellas, como si todo lo que allí te ofrece fuera realmente valioso. Pero París guarda sus secretos, guarda sus lugares sagrados que te transportan hacía otro mundo, hacía un universo paralelo. Cruzando uno de los maravillosos puentes, nos dirigimos a Louvre, donde se esconden las obras más maravillosas de la historia. Y el sólo hecho de pasear eternamente, para tratar de asimilar un cuarto de la belleza que allí habita, es un acto extraordinario. Cada rincón, cada pasillo, cada sala; todos esos lugares cubiertos de hermosura, de historia. Y podría continuar hablando de Montmartre, con sus pintores aficionados creando maravillas, y ese ambiente tan bohemio que lo empapa. Allí el aire tiene otro olor, los cafés tienen otros sentidos, y las pequeñas librerias oscuras parecen el cielo. Estoy enamorada de París, no puedo mentirlo.

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