
Nosotros paseabamos abrazadaos por el Parque Forestal, conversando quien sabe de qué; a veces, nos deteníamos para besarnos o simplemente para mirarnos un rato a los ojos. ¡Cúanto me gustaba tu mirada, era una de las pocas que me daba paz realmente!
La gente nos miraba burlándose, se reían siempre al verme contigo, como si tuvieras algo que no calzara. En todo caso, para mí era muy cierto, ya que yo siempre te decía que eras la persona más enigmática que había conocido. ¡Y te amaba por eso! Te amaba tanto que siempre estaba contigo, pese a todas las burlas extrañas de la gente y sus caras de preocupación. Como si estuvieramos equivocados o haciendo algo malo.
¿Te acuerdas de aquel día que me empezó a doler fuertemente la cabeza?
El doctor me dijo que tu no existías, que eras producto de mi imaginación. Tú estabas ahí conmigo y no me lo negaste, no dijiste nada. Me miraste con esos ojos tuyos rogándome que no te borrara de mi mente, que no me curara de ese mal enfermo de imaginarte en cada lugar.
Yo cumplí mi promesa y escapamos juntos a nuestro jardín hecho de girasoles. Ambos sabíamos que tampoco existía, pero de cierta forma, nos gustaba ser cómplices de esa suerte de inexistencia