viernes, noviembre 03, 2006

Vino añejo



No importa si Fernanda quería seguir hablando de eso, claramente a mi no me interesaba lo que iba saliendo de sus labios; como si aquellos pudieran representar alguna faceta nueva dentro de la banalidad de su rostro. No me interesaba tampoco saber que su copa de vino se estaba acabando, ella quería que yo le pidiera otra, pero no lo iba a hacer. Da lo mismo si yo le pedí la primera copa de vino, y claramente, tampoco es relevante que éste haya sido tinto. Yo no quería hablar de eso en el minuto, pero ella insistía. Me acordaba que alguna vez estuve en París, y que caminando por Montmartre, iba pensando como sería ir a tomarse diariamente una copa de vino allí; yo quería hacerlo, quería una copa de tinto alrededor de una mesa empapada de novedad.

Aquella plaza central llena de pintores con curiosas habilidades, algunos turistas despiadados, y repleto de tiendecillas de souvenires estúpidos diseñados para la gente con características similares. Caminar por allí, con un cigarrillo en mano, era bastante placentero; sobretodo porque a nadie le importaba quien eras y la razón de tu embriaguez. Al contrario, era más interesante saber las consecuencias, y escuchar discursos incoherentes, pero con un sentido mucho más hermoso. Así que me decidí a entrar a uno de esos bares de la ciudad, y en el momento que lo hice, ella seguía parloteando. Me hablaba de su fin de semana, mientras yo sonreía falsamente pareciendo entretenido; obviamente no lo estaba, ni me interesaba estarlo. A pesar de su habladuría, yo estaba instalada en Francia tomándome unas copas de vino, y tratando de explicar la razón a mi escepticismo, mientras un par de viejos sabios me miraban como interrogándome interiormente.

Empecé a entablar conversación con mis pares, y entre copa y copa, me fui navegando por un mundo paralelo; aquel país de nunca jamás que siempre anhelamos. El lugar ideal para irse a descansar, a pasear lejos de cualquier presión, de cualquier conversación banal, de cualquier habladuría que no me interesa, como la que estaba teniendo en frente mío. Nunca he querido crecer, por eso me obsesioné con Peter Pan y el vino tinto. Así que me despedí cordialmente de Fernanda, mi interlocutora, interrumpiéndola en su discurso que nunca escuché; y me fui con mi copa de vino a recorrer el Barrio Latino.

0 boinas han plasmado su saliva: